Con pasos apretados
gastamos longitud de calles.
Los duelos cotidianos mudan la sonrisa.
Dos surcos caprichosos marcan el entrecejo
de tanto poner el iris
en escarlatas y objetos de zumbido.
Y la hora llega
cuando el esclavo interior
con soberbia de músculos
y cuerpo sudado
derrite el hielo llamado tiempo
que se escapa entre los dedos
indiferente altivo implacable
y nos deja
en la pobreza íntima de los finales
frente a la humildad del crucificado.
Del libro El otro lado del eclipse
Elsa Abate-