Un águila en mis sueños me visita
y cierta monja anciana de semblante
tristón y distraído. Yo no sueño
con mariposas blancas ni unas gotas
cayendo de las flores o las llamas
de un cielo atardecido. Mis costumbres
severas me conducen día a día
a ir tras unos pasos que son míos,
por cierto, y son mis pasos un camino
andado para hallar alguna puerta.
La noche suele hallarme contemplando
el rostro de una estrella y me pregunto
qué cosas misteriosas ella sabe
pues eso de quedarse tan callada
es la primera incógnita del cielo.
Pero mi Dios me habla y dice: ¡Existo!
Delfina Acosta-