Cantaba la paloma y el felino
oía su cantar y se quedaba
herido de tristeza y de ternura.
Mi rostro frente al cielo oscurecido
buscaba alguna estrella mas los vientos
con el horrible aliento de no sé
qué malas flores me obligaban
a ver el fondo mismo de mis ojos.
Si hubiera conseguido detener
el tiempo en que las cosas eran bellas.
¡Ay la aspereza del rocío! En vano
el fuego de las almas se enrojece.
No hay nadie a quien querer. Y en la distancia
el cuervo está al acecho, y yo también.
Llegada es ya la hora. Lidiaremos
batalla extraña y dulce de querernos.
Delfina Acosta-