Padre río, olvidado dios,
que sin tregua vas pujando tu destino.
A la vera de tu cauce
yo te miro crecer y descrecer.
Y asumo el desvelado pulso
que te lleva hacia el incesante
tráfago en donde tu vida líquida
se desparrama.
¿Quién eres? Pareces preguntarme
cuando pasas convertido en caudal espeso
de arcillas rojas en la corriente rumorosa.
Te respondo: soy el que asomado
a tu lecho espera descubrir en él
parte de su propia e infinita memoria.
Y el que siente tu historia andariega
como un eco prolongado de la suya.
Yo también voy, ensimismado y solo,
atento el corazón hacia todo horizonte,
pujándole a la suerte desde un origen remoto.
Y sin saber qué aguarda
más allá del cierto e inevitable
y último recodo.
Luis Alberto Taborda-