Amé a un hombre triste
que encarcelaba golondrinas
en el invierno de sus ojos.
Un hombre que escondía un país,
un continente lejano.
Le gustaba hablar de los desiertos
de una bandera flameando ante su desamparo,
del desarraigo.
Amé a ese hombre, fruto maduro
con el que embriagaba mi calma,
laberinto en el que me extraviaba,
me descubría.
Pero su tristeza fue horizonte,
velero y perro asustado.
Ahora aquí soy yo el que habla de desiertos,
de desamparo.
Gustavo Tisocco-