Sin desmesuras emotivas,
liberándome del peso
de adioses y bienvenidas
-dogma de las masas-
las doce campanadas
para mí ya no finiquitan ni inauguran
nada más que uno o dos dígitos.
Prefiero revalidar mi propia ancla de fe
y confirmarme fiel a la deriva
del ciclo infinito del propio cosmos.
Como esos sabios irracionales,
los árboles y las bestias,
vivir a plena piel, a plena vista, a pleno oído
las temporadas naturales.
Entonces:
mi año nuevo acaso sea
(y suerte si así fuera)
repetir la gracia de una perfecta rutina:
centenas de renovados soles
que el equinoccio cobriza,
el crudo julio con hielo y lluvias agrisa
y, por fin,
el solsticio de Navidad otra vez con arrebato exalta.
Hoy añoro menos los calendarios idos
y ya no entrego el alma
a éste que administrará
-árbitro de molde-
la cotidiana existencia de ordenada burocracia…
Sin adioses ni bienvenidas
conjuro al monstruoso Déspota,
-ignominioso hijo de Urano-
en tanto ciclo con el ciclo de la Madre Gea
y, en paz, me dejo vivir…
Luis Kozachek-