Me dejé blandir por las palabras,
me sujeté a ellas con la mansedumbre de mis manos,
como se sujeta un náufrago a su balsa.
Me dejé atravesar por las palabras,
ellas me hincaban el pecho y el cuerpo,
con sus espinas y dagas, atoradas
y expectantes por salir de mi escuadra.
Me dejé embelezar por las palabras,
las tomé de prisa de las tinieblas
para darles una forma, un sesgo de conciencia
que pudiera marcarlas.
Me dejé aturdir por las palabras,
dejé que su grito casi inaudible me reconstruyera
con cada rima plasmada.
Me dejé esculpir por las palabras,
dejé que su arena se hiciera vidrio en mi alma,
para convertirme en una más de sus esclavas.
Me dejé templar por las palabras,
quise dejar de ser adobe, arcilla alfarera
para devolverles todas sus quimeras.
Me dejé rescatar por las palabras,
la oscuridad me había contraído hasta ser sólo un punto
en las tierras y dominios de la nada.
Me dejé embarullar por las palabras,
su algarabía y mística hipnótica
me sedujeron como la mejor de mis musas.
Me dejé apoderar por las palabras,
por ese rito casi críptico al tratar de encontrarlas,
cuando todo a mi alrededor sólo es sombra y dolor.
Por eso dejé en franca libertad a las palabras,
las vestí de mí, con mis aromas y sabores,
ellas ya son alondras liberadas,
en pleno vuelo, certero y arrasador.
Hagan ustedes de ellas, lo que quieran.
Andrea Cepeda-