Desde el Barrio General Mosconi, conocido popularmente como “Kilometro Tres”, o simplemente “El Tres”, hacia el Barrio, también, popularmente conocido como “El Kilómetro Cinco”, o simplemente “El Cinco”, cuyo nombre oficial es “Barrio Roberto M. Ortiz”, recorriendo la Ruta Nacional N° 3, pasando por inmediaciones del Barrio Castelli, y luego, al lado del barrio Rodríguez Peña, justo el frente se encuentra el desvío de una ruta interna que conduce al Barrio antes mencionado. Desvío que se encuentra antes del Puente Derivador de Tránsito, sobre la Ruta Nacional N° 3.
Recorriendo aproximadamente un kilómetro, desde el puente, se encuentra la nueva rotonda que permite el ingreso hacia la Avenida Pedro Granzon, y justo en esa esquina de la rotonda y la Avenida se encuentra el Cementerio.
Esta descripción es solamente para ubicarnos en el lugar que el 24 de diciembre de 2019, ocurrió un caso que al menos para mí, resultó muy llamativo y desconcertante.
Esa noche siendo aproximadamente la hora tres de la mañana, regresaba desde “El Tres”, después de pasar la Noche Buena con familiares, cuando al doblar por la calle que nace en la Ruta Nacional N° 3, casi al frente del puente, había un señor que me hizo señas para detenerme. Como no suelo detenerme en ningún lado aun recibiendo señas, o ante alguien que hace dedo, al ver al hombre solitario, que me resultó conocido, disminuyo la velocidad y cuando estoy al frente de él, bajo el vidrio y le consulto que hacía a esa hora y en ese lugar.
Me respondió que estaba dirigiéndose hacia “El Cinco”, le dije a continuación que me parecía conocido, y me respondió que seguramente lo conocía, porque él, también me conocía. Lo interpelé para saber si de qué lugar era, y su respuesta fue contundente, clara y hasta percibí cierto orgullo, cuando dijo “Soy catamarqueño”.
Lo invité que subiese al vehículo que lo llevaría, porque yo también iba a casa de mi hija, que se encuentra en ese mismo barrio al que iba él. Cuando abrió la puerta del auto, por el espejo retrovisor pude ver que detrás del hombre y muy apresurados venia una señora y dos niños como de ocho o diez años, uno, y el otro quizá, un poco mayor. Me apresuré a preguntarle al hombre, si venían con él, me respondió afirmativamente, indicándome que eran su esposa, y sus hijos.
No puedo dejar de decir que en ese momento sentí un poco de temor, algo en mi interior se había encendido y me alertaba, pero bueno, ya estaba en esa circunstancia y decidí seguir con la misma actitud de llevar al hombre, y ahora, también a su familia. Apenas cerraron la puerta del automóvil, y luego de saludar y presentarse a medias, pues la timidez de la señora y los niños permitió que la presentación sea muy escueta, puse el automóvil en movimiento, mientras charlábamos animadamente con el hombre, me contó que trabajaba en el petróleo, que era ypefiano y que hacía muchos años que estaba en Comodoro Rivadavia.
Después contó que había sido contratado y transportado desde su pueblo natal La Puntilla, en el departamento de Tinogasta, provincia de Catamarca, por el señor Juan Aybar. Cuando pronunció ese nombre lo mire rápidamente, pues recordé que ese señor era el encargado de contratar catamarqueños y traerlos a La Patagonia en la época que el General Enrique Mosconi había creado Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), le pedí que repita ese nombre y volvió a decirlo con claridad, luego siguió diciendo que él había llegado a Buenos Aires, desde Catamarca, en tren y desde allí en buque Tanque llamado 12 de Octubre, hasta llegar a destino.
En este momento de la conversación ya empecé a sentir miedo, pues las fechas no coincidían, ya que la creación de YPF se produjo en la segunda década del siglo XX, más precisamente en 1922. Mas raro era aun al advertir que el hombre apenas superaba los cuarenta años.
Todo, fue tan rápido, detenerme, la familia que subió al automóvil, la charla, que no pregunté varias cosas que debería haber consultado. Miré a la esposa e hijos por el espejo retrovisor y vi en ellos una casi imperceptible sonrisa que más temor y preocupación causó en mí.
Cuando llegamos a la esquina de la Rotonda y el cementerio, un fuerte golpe al costado izquierdo del automóvil distrajo mi atención, mire por la ventanilla y como no vi nada, mire al espejo retrovisor exterior, pero tampoco pude ver algo, no había nada. Todo esto calculo, duró fracciones de segundo, pero al volver mi vista hacia mi acompañante, este ya no estaba, mire por el espejo retrovisor y a tras no había nadie. Un fuerte escalofrío se apoderó de mi cuerpo, en el momento que no se si frené o hice un rebaje, reitero, no lo sé.
Tampoco sé por qué miré hacia el cementerio y en la avenida principal del camposanto, pude ver a mi acompañante que tomado de la mano de sus hijos y de su esposa caminaba lentamente en el interior del cementerio de Barrio “Kilometro 5”.
Raudamente continué la marcha, acelerando inconscientemente, a la vez que me hacía algunas preguntas que en principio no tenía respuestas inmediatas y otras que hasta este momento no las tengo.
Cuando a las pocas cuadras llegué frente a la casa de mi hija, bajé del automóvil, abrí el portón, regreso hacia el vehículo y observo que al lado del automóvil había un hombre joven, que parecía totalmente normal, es decir no parecía alcoholizado o alterado. Se acercó un poco mas y me preguntó: “Perdón, ¿podría decirme donde queda el cementerio?”
Sin pensarlo, subí al automóvil, puse seguro en las puertas, luego guardé el vehículo, cerré el portón con mucho miedo. Y sin mirar para otro lado, me dirigí al dormitorio, me acosté y no apagué la luz.
Luego pensaba, ¿Quiénes eran?, no había escuchado que alguna vez apareciera alguien de esa manera. ¿Qué querían?, ¿Por qué esa fecha? ¿Habrá sido un mensaje?, y si fuese así, cual es el mensaje, no lo he podido descifrar aún.
Recordé tantos relatos de hombres y mujeres relacionados con la vida petrolera en Comodoro Rivadavia, especialmente en los primeros años de la explotación y de la gran convocatoria que se hizo para poblar, argentinizar y extraer el oro negro, como se lo llamó alguna vez.
Recordé la innumerable cantidad de accidentes, muertes de todo tipo y en distintas circunstancias ocurridas en este lugar, y al recordar, me preguntaba, ¿estas personas que he visto serán muertos de otros tiempos?, ¿o quizá nos envían mensajes o nos quieren decir algo? No tengo respuesta para eso, pero si sé que después de esa noche, cuando paso por el lugar, observo con precaución cada detalle.
Oscar Hugo Alaniz-