El vehículo policial circulaba raudamente recorriendo las calles, patrullando para saber que todo estaba bien, que nadie alteraba el orden público. Dos oficiales en el interior el coche, agudizaban su vista tratando de captar algo anormal. Ya habían recorrido varias horas y pasado por distintas calles de Comodoro Rivadavia y sus barrios.
El recorrido siguiente debía hacerse por el Barrio Presidente Roberto Ortiz, más conocido como “El Cinco”. Mientras realizaban el recorrido, los oficiales charlaban de cosas personales, pero también se consultaban sobre algo que uno de ellos le parecía ver, y de inmediato, el otro policía prestaba atención a lo que se le decía, y desechaba o aceptaba lo que el otro policía creía haber visto.
Avanzaban mirando y analizando todo, y cuando ingresaron en las inmediaciones del “Kilometro 5”, vieron que a la distancia y en la calle que corre paralela al cementerio, había un gran bulto en medio de la calle. Disminuyeron la velocidad, pusieron luz alta, prepararon las linternas. Se detuvieron a distancia prudente y desde allí, sin descender del vehículo, trataban de advertir qué era ese bulto tirado en medio de la calle.
Pasó un largo tiempo, los policías no se movieron del lugar, ni descendieron del automóvil, y de pronto, uno de ellos advirtió que el bulto tirado en medio de la calle era nada más y nada menos que ¡¡un ataúd!!
El temor se apoderó de los policías, pero también se preguntaban ¿Qué hacia un ataúd en ese lugar, en medio de la calle? ¿Por qué estaba allí?
Se acercaron a la casa de un vecino, tocaron la puerta y con mal humor los atendieron, eran las dos de la mañana. Consultaron sobre el sepulturero, ¿Quién era? ¿Dónde vivía? Y cuando tuvieron la respuesta se fueron hasta el barrio Laprida a buscarlo.
Tocaban la puerta del sepulturero, pero nadie atendía, volvían a golpear y nada. Una voz detrás de ellos los asustó sobremanera, al decir: ¿A quién buscan?
Los policías explicaron que buscaban al sepulturero del cementerio del kilómetro 5, y al saber que el hombre que estaba delante de ellos era el que buscaban, le explicaron lo que habían visto y de lo que se trataba. La explicación fue con todos los detalles, y el sepulturero advirtiendo el terror que tenían los policías, les dijo: “A lo mejor es algún muerto que se quiere volver a su casa”.
Después de esta breve charla, los policías y el sepulturero se dirigieron al cementerio en cuestión, mientras el hombre que trabajaba en el cementerio les contaba a los policías sobre experiencias de todo tipo que había vivido en ese lugar de trabajo.
Al aproximarse al lugar donde estaba el ataúd, el móvil policial se detuvo a varios metros, el sepulturero descendió y se dirigió sin temor, hacia donde estaba este gran bulto. Como no miró hacia tras, creyó que los policías venían detrás de él.
Cuando llegó ante el ataúd, el hombre se agachó, tomo al cajón de uno de sus extremos y les pidió a los policías lo tomen del otro lado para sacarlo de medio de la calle, pero de inmediato advirtió que los policías no lo habían seguido, que estaban en el móvil policial, sin moverse. Les hizo señas para que se acercasen pero, lejos de hacerlo, dieron vuelta el automóvil y a toda velocidad se alejaron del lugar.
Sorprendido el sepulturero, y acostumbrado a trabajar de esta manera, siguió con el ataúd, que era muy pesado, hasta que pudo levantarlo en el hombro y lo trasladó hacia el interior del cementerio; apenas pasó la cerca de alambre depositó en el suelo al ataúd. Dio media vuelta y caminando volvió a su casa. Su decisión había sido que al día siguiente acomodaría en su lugar al cajón.
Mientras caminaba pensaba ¿Quién habrá sido ese loco que sacó el ataúd de su lugar y lo depositó en medio de la calle? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Tanto odio, amor, locura habrá en esa persona para realizar esta acción? ¿O será simplemente alguien que en un ataque de locura cometió este hecho inexplicable?
No encontraba respuestas a sus preguntas. Llegó a su casa, se acostó y rezó una oración, encomendándose a Dios.
A la mañana siguiente fue a trabajar normalmente, nadie dijo nada sobre el hecho, por lo que él siguió con su tarea, buscó el lugar donde hubiese tierra removida en el cementerio, excavó la sepultura, depositó el ataúd, lo cubrió con tierra.
Luego, nada. Nadie dijo nada, nadie preguntó. Ningún policía volvió, ni preguntó, por lo que el sepulturero dio por terminado el incidente, y solo quedó como un relato más dentro de los muchos vivenciados por el sepulturero.
Oscar Hugo Alaniz-