Señor: sé que repruebas la noche en que los cuerpos
hilan su túnica de arena contra el olvido
como animales enjaezados para el crimen;
amo sus manos, esas candelas que apagan el miedo;
su voz de nardo en solísimo pavor;
amo su boca, incandescente abismo del goce;
defiendo el temblor de sus muslos
donde soy colosal jadeo bajo sus espesas aguas;
donde soy viento luminoso de azufre en su alma.
Señor: yo, tierra hambrienta, sueño palpable
desde el fondo de la locura
y con estas palabras como puñales indecentes,
alego por este amor: haz las cuentas otra vez
y acuérdate de quienes elegimos la luz, el vuelo.
No quiebres el Pacto, Señor
la muerte es la ranura por donde te miramos.
Del libro Los fuegos prometidos
Alfredo Luna-