Los suicidas
son niños absolutos
a los que hay que llenar de besos
y perfumar el cuerpo,
vestir con los trajes más caros,
llorarles encima,
tocarles el frío de su piel de abandono,
cuidarlos de las moscas de los velatorios,
mirarlos un rato que abarque la noche
y cerrarles después la oscuridad
que se ganaron con su carne de mártires.
David Gerardo Curiá