El aceite borbotea en la sartén. Allí he echado dos alcachofas acuchilladas.
He convertido a esas flores antiguas en corazones abiertos, en carne
viva. Me he dedicado después a esperar que largaran la sangre
o el sudor, según se mire. Luego he reducido una cebolla grande y llena de
luz, a polvo, a jugo, a numen. Y otra vez he llorado. Pero tan poca cosa
no me amedrenta. Me zambullo, con el jugo y las lágrimas, en el aceite
hirviente y cuando todo se impregna, paso una lluvia de arroz de la caja a mi
mano y de mi mano a la sartén en donde bullen los zumos del dolor y de la
dicha. Ya puedo esperar que los granos se hinchen. Sé que soportarán
(igual que yo) una hinchazón tres veces superior a su tamaño. Sólo hará
falta agregar agua o caldo, un baño que les permita transitar por el infierno
de la hornalla.
Mará Teresa Andruetto-