Sin saber bien por qué, Inés sintió ganas de ordenar el mueble donde guardaba toda su vajilla fina. No era algo que hiciera seguido, ni siquiera que disfrutara.
Sin embargo, algo difícil de precisar hizo que ese día tuviera ganas de reencontrarse con esos trozos de su vida.
Sacando platos y tazas, lo volvió a ver: era el juego de té de porcelana de su abuela. Blanco con flores pequeñas, casi etéreas de color rosa. Fino y delicado, como fuera su abuela.
La imagen de ese antiguo juego de té la transportó a otros tiempos. Se vio niña, jugando y corriendo por la casa de su abuela. Volvió a escuchar su voz dulce pero firme que le pedía:
-Niña no corras, romperás algo.
Vio a sus padres jóvenes y a sus hermanos pequeños como ella. De pronto el tiempo volvió a atrás y recuperó, en sus recuerdos, aquella familia que tuvo, que disfrutó, con la que tal feliz había sido.
Recordó tardes compartidas, juegos, charlas, años, muchos años que pasaron demasiado rápido.
Abrió los ojos, se secó algunas lágrimas y volvió a la realidad de ese día.
Miró con detenimiento ese hermoso juego de té y se dio cuenta que faltaban varias piezas, que no estaba completo. Se dio cuenta también que otras piezas estaban rajadas o cachadas.
Entonces, se puso a pensar en cuánto se parecía ese juego de té a su familia. Sus abuelos ya no estaban, sus tíos tampoco. Sus padres eran ahora ancianos y tenían las “rajaduras” propias de la edad.
Sin dudas, esa vajilla no sólo representaba su pasado, sino también su presente. Las piezas faltantes no podrían reemplazarse y las que estaban dañadas tampoco tendrían oportunidad de lucir jóvenes otra vez.
Una inmensa tristeza la invadió. Toda una época vivida cobró fuerza para demostrarle una y otra vez que el tiempo no se detiene, no pide permiso, no pregunta, no espera.
Y de pronto, también lo vio a él: otro juego de té de cerámica blanca, nuevo, de líneas modernas, como su vida actual. Estaba acomodado al lado del juego de té de su abuela.
Inés sonrió con un halo de consuelo en su rostro. La vida quita y también da, nos permite renovarnos, acomodarnos a los cambios, dejar atrás sin necesidad de olvidar. Nos regala varias vidas en una, todas valiosas, todas dignas de ser vividas.
Sacó el juego nuevo y se propuso ponerlo en uso, porque las cosas son para usarlas, así como la vida es para ser vivida.
Miró una vez más las piezas que quedaban del juego de té de su abuela. Tomó una por una y con inmenso amor las fue guardando.
Pensó nuevamente en cómo ese juego le remitía a su vida. Inés guardaba cada pieza con un amor infinito, del mismo modo que atesoraba esos recuerdos familiares en su corazón para que la siguiesen acompañando el resto de su vida.
Liana Castello (C)