Trepida el acantilado, la áspera rompiente de los espejismos
en un cimbronazo de cuencas vacías donde no anidan presencias.
Intentos vanos de florecer caminos en abrojal impune
que enmaraña súplicas sin que se revele el amor.
Vientre jamás sembrado nunca alumbrará frutos.
Deseos que vuelan sin posarse, desazón salitre,
desvelos de estrellas aurorales en reclamo de encuentros
en cuartos de espesas cortinas, donde cómplice, habita la noche.
Traslúcida opacidad donde mueren los ruegos
en altares esfumados de cirios, agonizantes,
de quien no compartió los portales de la pasión
ni llegó siquiera a contornear sus labios, en otros labios…
Las esperas batirán la piel que amarillea y envejece
en vaciedad insondable de mundos no alcanzados,
en pórticos de ilusión, en procura de amor
Lo nunca gozado quedará a resguardo en mansiones del alma
por las cicatrices de lo jamás vivido…
Edda Ottonieri-