El despertar de los trinos en el patio interno le anunció el comienzo de un nuevo día. Ella desperezó sus pensamientos y valoró el instante…
¡Era una concesión más! Otra oportunidad acaso, para que su agotado espíritu recorriera jardines de sueños, intentando retener la vida de quien descansaba en el lecho contiguo, vida que se le iba de las manos como una flor efímera, que se agota perfumando la partida…
El creciente resplandor de la mañana reverdeció los pinos. En lo alto -como una fruta madura- y casi confundida con los colores del árbol, una cigarra hacía escuchar su canto sonoro, celebrando la vida con su breve y reiterada estridencia.
Todo predisponía a la ensoñación. Pero ¿Renovaría junto con sus sueños los momentos de dolor que hace 18 días concitaban su atención? ¿Sería acaso aquél, el instante supremo?
Casi sin darse cuenta la magia del momento fue trocando la realidad de esas horas marchitas, en un ayer de felicidad compartida. Comenzó a verla joven, animosa, vital. La pensó decidida, laboriosa, enérgica en sus caprichos. Se vio a sí misma niña, guiada por sus manos y creciendo entre tules, como una joya preciada. Volvió a aspirar el perfume del regazo materno desde la posesión de aquellos días, y en la espiral de su evocación volvió a sentirse joven, esposa soñadora, ¡Madre por vez primera!
En la intensidad de ese instante abarcó los renovados cielos de su vida, ese sendero misterioso que ahora desembocaba en la lenta planicie de esta espera…
Al encaminar sus pasos hacia el lecho de su madre, sintió que la caricia de su ternura envolvía el momento, hasta hacerlo bendito. Se sintió cobijada una vez más.
En la azul transparencia de sus inevitables lágrimas, se instaló para siempre aquella imagen. Sintió la maternal espera. La vio esperanzada y también niña. Supo -secreta y definitivamente supo- que hoy era ella quien debía sostenerla entre los tules de sus propias manos-
Los trinos se hicieron más intensos. Entre refrescantes gotas de rocío, la plenitud del día avanzaba sobre sus nostalgias, como avanzaba el tiempo que se iba…
María Alicia Gómez de Balbuena-