Sí la muerte es una vida bebida,
nacer una luz que se aviva con amor,
la vida una muerte que llega tras vivir,
cuidado con beberla alocadamente,
uno tiene que saber alcanzar el punto
de equilibrio y la manera de despojarse.
Lloramos al comenzar el camino,
suspiramos siempre al caminar,
y cuando el destino ya nos abraza,
la serenidad parece poblarnos el ánimo.
Al traspasar la puerta de los sentimientos
nos recibe el sol de la poesía
y resplandecemos como lunas adormecidas.
Ese mundo íntimo es el que nos armoniza.
Ese armónico mundo es el que nos da paz.
Esa paz es la paz de un Padre hacia sus hijos.
De un Padre del que venimos
y al que volvemos cautivados por su amor.
Sólo hay que dejarse amar, llenarse
de su espíritu, envolverse en su cruz,
enmendar el amor que no dimos
con la perseverancia del arrepentimiento,
dejarse atrapar por sus manos, abandonarse.
Sólo el amor de Dios nos hace eternos,
quien así lo vive, así lo siembra,
para espigar en la eternidad
como un campo de amapolas en floración.
Víctor Corcoba Herrero- corcoba@telefonica.net