Todavía tengo este dolor desorientado
y la boca seca.
Estoy recién salido de una ascensión algodonada,
del paisaje donde el blanco lo pisa todo
y uno no termina de ser engullido.
Ahora me aquieto en esta síntesis
diagramándose de voces superpuestas
y de pasos que gotean con el suero.
Cayéndome ajenos
por la baja guardia de la yacencia.
Hay un pedazo de conciencia que se me debe,
atrasado entre el caucho frenado,
los metales retorcidos del auto
y los de la rastra cañera;
como si a la luz del oxígeno
la enterrara temporalmente
un golpe de ceniza.
Supongo que es domingo.
Los azulejos de la sala del hospital
se cuadriculan con las filas de las hormigas del hielo.
El alto yeso del techo,
el ácido olor de las esterilizaciones
y el cavernoso hueco del que abandonó la cama de al lado
se intercalan perteneciéndome.
Sí, debe ser domingo,
la descuidada lluvia
afuera
va como afirmándolo.
Gabriel Gómez Saavedra-