Me gusta celebrar la liturgia de los silencios
y concelebrar los oficios de la existencia,
a través del manantial espumoso de las ideas.
Busco pensamientos de corazón limpio
para que muevan y renueven dentro del ser,
y así ser un cuerpo compasivo de alma viva.
Que cada uno se despoje de su amargura,
comparezca ante el mundo con otros ojos,
penetre en las sigilosas fuentes y sea río que ríe.
Propongo que dejemos a un lado las rebeliones,
que fluya la alegría por la faz de la tierra
hasta condensarse en eterna primavera.
Renunciemos a la palabra que nada dice,
acojamos el auténtico latido de los versos,
y amparémonos en el espíritu de la infancia.
Volvamos a ser del poema, manantial
de luz, agua que estremece y mece a la vida,
corriente de alivio, cauce que alumbra y calla.
Necesitamos ser el curso que ha ganado la paz.
El cielo está abierto y precisa de nuestro pulso
para cerrar heridas y encerrar sollozos.
Vivimos del verso y por el verso vivimos.
Somos del verso y al verso vamos.
Sin el verso nada somos, nada sentimos.
Pobre del que no siente el verso
entre sus venas, pobre del pobre indiferente,
más le valiera olvidarse de sí para donarse.
Sólo aquel que se da con su alma al universo
de lo que existe, percibe por las huellas
tras de sí, que al entregarse todo se conmueve.
Para mí, nos movemos en la inspiración de Dios.
Él es el poema perfecto que nos lleva al verbo,
a conjugar la voz justa, la palabra exacta,
es nuestra señal de esperanza y signo de consuelo.
Antes, uno tiene que mirarse y verse desde fuera.
Uno tiene que verse en el don de saber mirarse.
Dios es el principio del verso y el final del poema.
Que cada cual se entusiasme con su conciencia.
Que todas las íntimas señales unan sus ritmos.
Que los ritmos de la vida, son expresión de Dios.
Dios, que es la belleza y la bondad sin palabras,
nos hace vivir y revivir en el espíritu creador,
con sus instantes de gracia precisos y preciosos.
No hay mejor invitación a gustar de la poesía,
que dejarnos asombrar por su mística,
y con ella, soñar que el futuro sabe a eternidad.
Víctor Corcoba Herrero- corcoba@telefonica.net
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