Nadie viene. Nadie va. Nadie vuelve.
Nadie cuidará tus jazmines y tus cielos.
Nadie entrará en tu casa, ni alimentará
el fuego de tu esperanza ya desesperanzada.
La noche camina a ciegas
por los escalones de tus pulsos,
como un silencio errabundo, melancólico.
Hasta la mar y los ríos que hablan
se han ausentado de tus jardines secos, desesperados,
de tu hogar todo tinieblas y sin movimiento.
Alocadamente se entrecruzan tus guerras,
batalla tras batalla, sobre los campos
del desasosiego que crece y crece
atado a la oscuridad que anida en tu sangre
ansiosa de senderos nuevos y de ese viento
amado que pronuncie tu nombre, que bese
tu cuerpo. Pero nadie viene a ti.
Nadie avanza, nadie retrocede por la calle
solitaria de tu noche sin luna ni estrellas,
en tinieblas alma adentro,
en tinieblas alma afuera. Se te fueron la alegría,
los sueños, la sonrisa por tu calle
solitaria, interminable, brutalmente helada,
como un llanto sin lágrimas, deshabitado.
Se te fueron. Se te fueron. Se te fueron
sin decir una palabra, sin un beso de despedida.
Se te fueron por tu calle solitaria.
Del libro El jardín habitado
Carlos Benítez Villodres-
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