Me dispuse, con mi natural empeño
conversar con un libro de los míos,
los que encierran los férvidos estíos,
los que llevan inviernos en su sueño,
el dolor expresivo que fui dueño
como un gnomo sediento de rocíos,
mi cuaderno de témpanos umbríos,
tanto da como moro o caribeño;
tropecé con mi llanto no olvidado
mi lágrima de padre, desplomado
en el recinto del rito funerario;
y al cerrar aquel libro construido
con la pluma habitual de mi gemido,
sentí hundirme en el pozo cinerario.
Rodolfo Leiro-